Donald Trump cumple su primer año de mandato con bajos niveles de popularidad, dificultades para cumplir sus promesas electorales y con un país en retirada del ámbito internacional. Hacemos balance, analizamos cómo ha respondido el mundo a sus políticas y valoramos qué cabe esperar de este 2018.
Also available in EnglishHa pasado un año desde que Donald Trump fuera elegido presidente de EEUU, sorprendiendo a buena parte del mundo y a sus seguidores. Desde entonces, hemos sido testigos de una presidencia poco convencional, con un jefe combativo, impredecible, rompedor y poco conocedor de la esencia misma de la política. Dirige el país a golpe de órdenes ejecutivas y de tuits. En este último caso, las audiencias internas y sobre todo externas han aprendido a coger aire y esperar la posterior “interpretación” del mismo por parte de alguien de su gabinete.
Se ha enfrentado a senadores de su propio partido aunque necesita sus votos. Ha sido acusado de obstrucción a la justicia y se investiga si conspiró con Rusia en las elecciones de 2016, alentando así el debate sobre su posible impeachment. Ha hecho enemigos entre sus aliados y ha insultado y contradicho a miembros de su equipo, enviando mensajes contradictorios sobre sus políticas; y una serie de catástrofes naturales que sacudieron el país pusieron en evidencia su déficit de empatía.
Ha buscado con ahínco cumplir sus promesas electorales, alcanzando algunos logros importantes como sacar adelante la mayor rebaja fiscal del país, publicar la Estrategia de Seguridad Nacional, el nombramiento de Neil Gorsuch como juez del Tribunal Supremo así como la designación de una serie de jóvenes y conservadores jueces para los tribunales estadounidenses. Ha fracasado en derogar y reemplazar la ley de asistencia sanitaria de Barack Obama (Obamacare) y construir el muro con México, pero ha tenido relativo éxito en materia de inmigración. También, ha cumplido con abandonar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) y ha dado pasos para revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Sus índices de popularidad siguen siendo los más bajos de la historia del país, pero mantiene intacta la confianza de gran parte de su electorado que aplaude su “autenticidad”. Sigue paseando sus mítines por las ciudades de EEUU como si continuara en campaña.
A pesar de su estilo, de sus tuits, de sus ataques a las normas de la democracia estadounidenses —como la libertad de prensa y el respeto a los tribunales— durante este primer año el sistema constitucional de EEUU ha hecho aquello para lo que fue concebido; es decir, poner en práctica el viejo mecanismo de “controles y contrapesos” (checks and balances).
Carlota García Encina · 18 de enero de 2018
Gustavo Díaz Matey · 27 de abril de 2018
Richard Higgott · 10 de abril de 2018
Carlota García Encina · 9 de abril de 2018
Juan Antonio Sánchez-Giménez and Evgueni Tchubykalo · 15 de febrero de 2018
Carlota García Encina · 1 de febrero de 2018
Ángel Badillo · 26 de enero de 2018
Aitor Pérez · 26 de enero de 2018
Lara Lázaro Touza · 18 de enero de 2018
Cristina Montilla Ramos · 18 de enero de 2018
Andrés Ortega · 16 de enero de 2018
Federico Steinberg · 15 de enero de 2018
Gonzalo Escribano · 11 de enero de 2018
Tras la victoria de Donald Trump muchos predijeron un agitado 2017 sobre todo para la cooperación internacional, una de las mejores maneras de compartir los asuntos internacionales entre los países del mundo. El nuevo presidente había prometido “hacer América grande otra vez” (Make America great again), renegociando los acuerdos internacionales que consideraba injustos y perjudiciales para el país y cuestionando el valor de las instituciones internacionales. Desde enero de 2017 la política de “América primero” (America first) comenzó a llevar al país a una paulatina abdicación en su papel de potencia global y de líder del mundo libre. Todos los presidentes de EEUU desde la II Guerra Mundial han puesto a América primero, han perseguido los intereses de EEUU y han prestado interés al poder militar, pero también han comprendido que los valores y la cultura de EEUU —su poder blando— constituyen uno de los principales ingredientes de su influencia.
Hoy las estadísticas señalan que los estadounidenses están cansados de cargar con el peso del liderazgo del mundo, del apoyo a la democracia, de la promoción del libre comercio y de la defensa de los aliados. Aunque quieren un menor coste de la política exterior, también tienen dificultades para aceptar una disminución de la influencia que le acompaña.
Contrariamente a las expectativas y a la agitación que se esperaba con la llegada de Trump, la cooperación internacional y multilateral en asuntos clave como el cambio climático y las migraciones continúa. Además, algunos países como China y Francia han dado un paso adelante con el objetivo de ocupar los posibles huecos que va dejando la paulatina retirada de EEUU.
El mundo ha registrado importantes logros a pesar de los contratiempos. El mayor de ellos vino con el anuncio de la retirada de EEUU del Acuerdo de París, que obtuvo una contestación unánime del resto de países en la lucha contra el cambio climático. La retórica proteccionista de Trump también ha tenido como respuesta un aumento del comercio global en 2017 según el FMI así, como la proliferación de acuerdos comerciales entre varios actores internacionales. La decisión de Washington de no certificar el pacto nuclear con Irán —un paso con poco alcance real por ahora— está teniendo sus consecuencias sobre la diplomacia estadounidense, y ha lastrado la credibilidad del país al transmitir la imagen de ser un socio poco fiable que no cumple con sus compromisos. Y el anuncio de reconocer a Jerusalén como capital de Israel ha provocado indignación entre varios países y protestas, aunque limitadas. La votación el 21 de diciembre en la Asamblea General de la ONU en la que se aprobó por 128 votos a favor y 9 en contra (con 35 abstenciones) una resolución de condena a dicha decisión simboliza el aislamiento al que se dirige su Administración.
Charles Powell · 29 de junio de 2017
Andrés Ortega · 10 de abril de 2018
Ángel Badillo · 23 de noviembre de 2017
Jessica Almqvist · 18 de septiembre de 2017
Mariola Gomariz Guillén · 25 de julio de 2017
¿Podrá la presidencia de EEUU, tal y como la entiende y dirige Donald Trump, sobrevivir? Por ahora ha comenzado el nuevo año como lo acabó, con tuits incendiarios y enseñando músculo en política exterior con su apoyo a las protestas en Irán, anunciando la congelación de la ayuda militar a Pakistán, amenazando con cortar la ayuda a los palestinos, y enfrascándose en una agresiva dialéctica contra el líder norcoreano.
Se ha marcado una ambiciosa agenda: seguirá adelante con su propósito de derogar y reemplazar el Obamacare, avanzará en la reforma migratoria, en el diseño de un nuevo plan de infraestructuras y comenzará a implementar su nueva Estrategia de Seguridad Nacional con Corea del Norte como principal amenaza. Aunque lo más urgente para la Administración será negociar los nuevos presupuestos y el límite de la deuda. El resto del mundo estará pendiente de lo que deparará su asistencia al Foro Económico Mundial de Davos.
Hay especulaciones para todos los gustos pero todas ellas apuntan a las elecciones de mitad de mandato (midterms) de noviembre de 2018 como un posible punto de inflexión para la nueva Administración. Será su primera gran prueba real.
Teniendo en cuenta lo ocurrido en pasadas midterms, suele ser habitual que el partido del presidente pierda la mayoría en la Cámara de Representantes, pues son comicios generalmente centrados en las políticas locales pero que se convierten en un referéndum sobre la Administración y la figura del presidente quien es, al fin y al cabo, responsable de recuperar el “espíritu americano” de sus ciudadanos y la confianza en el futuro.
Los demócratas necesitarán arrancar 24 asientos para controlar la Cámara. Y tienen esperanzas porque en 2017 las cifras les han situado mejor que a los republicanos en 2009 antes de su gran victoria en 2010 frente a los demócratas de Obama.
Trump tiene la ventaja de tener una economía pujante, unos bajos porcentajes de desempleo y un mercado de valores alto. Además, las últimas cifras apuntan a una subida de los salarios de la clase media y a una disminución de la pobreza. Y no hay que olvidar que los estadounidenses se están acostumbrando al reality show en el que se ha convertido la presidencia. Trump tampoco les ha metido en ninguna nueva guerra y aún no se ha probado que el presidente de EEUU conspirara con los rusos en la campaña electoral de 2016. De mantenerse las cosas así, el veredicto de la presidencia no será tan malo como los demócratas esperan y los republicanos temen.
Así era nuestro especial antes de las elecciones y durante 2017