Sin duda el español –nuestra lengua y nuestra cultura– es un potente recurso para potenciar nuestra imagen-país. Somos una gran potencia lingüística. La lengua es clave en la política exterior de España. El español es un activo en expansión y nuestro reto es que alcance toda su potencialidad, como lengua y como cultura.
El español es hablado en más de 20 países en el mundo por más de 500 millones de personas. Su peso e influencia en la cultura de países donde no es la lengua oficial, como EEUU, es incontestable.
Pero los españoles representamos menos del 10% de los hispanohablantes. La mejor política pasa por la alianza con el resto de las naciones hispanohablantes.
El 60% de la programación cultural del Instituto Cervantes se organiza con los países hispanoamericanos y se está llevando a cabo un plan de “iberoamericanización” del Instituto cuyo objetivo es muy claro: lograr que el español sea una de las tres grandes lenguas del siglo XXI junto con el inglés y el chino.
La lengua española es uno de los elementos que más nos proyectan en el mundo como país. El dinamismo de la cultura en español está entre los mayores del mundo y, sobre todo, entre los más apreciados en cualquier otro país. Articular una estrategia con América Latina para la potenciación y expansión del español y de nuestra cultura en el mundo es un objetivo fundamental. El caso de EEUU es especialmente relevante, al ser un idioma en creciente expansión en toda su población, latina y no latina.
Más allá de los aniversarios históricos relacionados con el pasado, que es como hemos enfrentado muchas veces nuestra relación con los 500 millones de hablantes de español, desde Podemos queremos promover la interacción entre aquellos que hasta hoy no se han beneficiado de los circuitos de acción y promoción exterior: la riqueza de la vida de nuestra sociedad civil organizada, el movimiento asociativo y la producción cultural de nuestra ciudadanía, los movimientos de defensa de los derechos humanos –como las iniciativas anti-desahucios y las mareas ciudadanas– son ejemplos de “Marca España” que deben ser promovidos también desde las instituciones. En ese ámbito tenemos un universo de creación por delante, y queremos que sea la sociedad civil organizada, los creadores y los artistas, quienes tengan espacios adecuados para tan importante tarea.
También consideramos que la red de Institutos Cervantes no solamente puede funcionar como centros de referencia de enseñanza del castellano, sino que deben reforzar su vertiente latinoamericana organizando programas conjuntos e impulsando una lengua y unas actividades culturales (pero también intercambios científicos y educativos) que no pueden asociarse únicamente a España, sino a la riqueza extrema de las formas de vida y las culturas que se encuentran en torno a la lengua.
En virtud del peso específico de la comunidad hispana en EEUU (55 millones y un 17% de la población), hemos incluido en nuestro programa el desarrollo del “Plan Unidos”, una iniciativa para establecer mayores vínculos políticos, económicos y sociales con la misma, así como con la población angloparlante estadounidense con interés por España. Hay enormes posibilidades de desarrollo en torno a la lengua.
Con tomarse en serio nuestra acción exterior habría mucho camino recorrido. Tenemos un capital cultural envidiado por muchas naciones. Pero nuestras acciones a veces lo desmerecen. Hace tres años los directores del Cervantes de Curitiba y de Recife (en Brasil ambos) se enteraron por los periódicos del cierre de las dos sedes. Medidas de este tipo ensombrecen la Marca España y el autobombo de la lengua como prioridad. Creo que la acción del Cervantes ha sido positiva y debe funcionar como una plataforma de promoción del idioma, pero además se ha de hacer mucho más en otros temas más específicos, como la investigación cultural, la movilidad, la promoción de la industria cultural, el apoyo a pymes y emprendedores o el uso de la lengua en organismos internacionales. No se ha hecho, por ejemplo, un estudio serio de los medios de comunicación latinos y la forma de adaptar nuestra estrategia a dicho panorama. Ello requiere un plan más ambicioso que ponga en valor ese potencial, con acciones específicas que generen un impacto a largo plazo.