La UE es ya un actor global: es la primera potencia comercial del mundo (con el 16,5% de las importaciones y exportaciones mundiales), es el primer donante de ayuda al desarrollo y es un actor determinante en la promoción de estándares internacionales como la protección y promoción de los derechos humanos y el Estado de derecho. Sus iniciativas en materia de política exterior (véase el papel que ha jugado en el reciente acuerdo nuclear con Irán) y sus misiones de paz y seguridad (lucha contra la piratería, etc.) ejemplifican este importante papel.
No obstante, Europa ha vivido estos últimos años intentando sortear la mayor crisis económica conocida desde que se iniciara el proyecto europeo. Y esta crisis ha puesto de relieve que si La UE quiere fortalecer su papel en el mundo debe empezar por fortalecerse. La reforma de la Unión Económica y Monetaria –cuyos defectos de diseño se pusieron de manifiesto durante esta crisis–, la conclusión del mercado interior, la creación de una verdadera unión energética y la profundización en la creación de un espacio de libertad, seguridad y justicia, desarrollando una política común de asilo, inmigración y control de las fronteras exteriores en estrecha colaboración con los países de origen y tránsito, son retos en los que la UE está embarcada y permitirán una Unión más cohesionada, algo que repercutirá sin duda en el fortalecimiento de su posición en el mundo.
La alta representante para la Política Exterior tiene el claro cometido de dotar de una mayor coherencia a las diversas dimensiones exteriores de la Unión. España viene reclamando un refuerzo de la política común de seguridad y defensa (PCSD) avanzando, como señala el Tratado de la UE, hacia la definición progresiva de una política común de defensa. Además, deberían aprovecharse las asociaciones regionales para, desde el multilateralismo, dotar a la UE de un mayor protagonismo en la escena internacional (Naciones Unidas, G20, etc.).
Igualmente, España promueve la instauración de mecanismos que permitan una mayor integración y eficiencia en la mejora de la toma de decisiones en materia de política exterior y de seguridad común. A medio/largo plazo sería beneficiosa la ampliación de las materias en las que las decisiones puedan tomarse por mayoría cualificada en el Consejo o la mejora en la interlocución única de la UE en la escena internacional.
La UE es indispensable para nuestra prosperidad y nuestra seguridad, para la defensa de la paz y los Derechos Humanos y para garantizar el desarrollo sostenible y la lucha contra la pobreza. Necesitamos a la UE para gobernar la globalización. Y para que la UE se convierta en actor global debemos asegurarnos que tenga todas sus capacidades básicas para dar respuesta a cualquier crisis, de cualquier naturaleza, y evitar la división entre Estados miembros, que debilita la diplomacia europea.
Pensamos que la UE sólo podrá reafirmarse en el mundo en la medida en que traslade la singularidad del proyecto de integración europeo a la escala global. Nos estamos refiriendo del núcleo duro de "la Europa Social y de los Valores".
Una defensa decidida, la mejora y la profundización de un modelo social europeo basado en los derechos humanos, la equidad de género, la democracia y el desarrollo sostenible e inclusivo, y el ejemplo de convivencia pacífica y tolerante entre nuestros 28 pueblos, deberían ser también nuestro sello de distinción en los debates internacionales y la base de la revisión actual de la política exterior y de seguridad común lanzada por la Alta Representante y que verá la luz en 2016. Pero esos valores deben ser vinculantes, y traducirse en la práctica del día a día, y eso implica dar un giro radical a la matriz de las políticas económicas de Europa.
Es necesario que dichos valores prevalezcan sobre los intereses geopolíticos, económicos y sobre ciertas lógicas securitarias que hoy en día dominan la agenda exterior de la UE y sus Estados miembros y que, por ejemplo, se pueden observar en la gestión que se está realizando de la actual crisis de las personas refugiadas. Esta crisis muestra el fracaso tanto de la política exterior de la UE (para Siria y Oriente Medio) como de sus políticas de asilo y migración, que durante mucho tiempo han priorizado la protección de las fronteras por encima de la protección de los derechos humanos de las personas en movimiento. Eso es precisamente lo que debemos cambiar para tener más Europa, otra Europa, y una Europa mejor.
Para ser un actor global antes hay que tener una política común respaldada por el consenso político de los Estados miembros. Para ello se necesitan acciones inmediatas que reconstruyan la confianza política perdida durante la crisis y abordar de forma seria, en el plazo medio, una reforma institucional que logre la tan necesaria mayor unión política. Creemos que existe mucho margen en torno a conseguir posiciones comunes ante, por ejemplo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde, por otra parte, apostamos por un puesto unificado para la UE o fusionando la representación en instituciones multilaterales. Pero no debemos olvidar que la credibilidad de la UE depende en gran parte del resultado de su propia construcción y las instituciones de las que participa. En este sentido, la falta de credibilidad del Consejo de Europa y la crisis del euro han erosionado nuestra reputación exterior. Europa debe ser menos reactiva y más estratégica, más asertiva en determinados temas como la promoción de la democracia y de los derechos humanos y más pragmática en aquello que le afecta directamente (seguridad, defensa, flujos migratorios, estabilidad en la vecindad, energía, etc.).