Los objetivos se pueden resumir en uno: estabilidad. Las bases de la misma son la existencia de unos niveles mínimos de seguridad –todos tenemos que asumir compromisos–, el respeto a los derechos humanos y la lucha contra la pobreza. Es una tarea permanente y a largo plazo. A partir de esa base hay que contribuir a mejorar la institucionalidad y a fomentar el desarrollo económico. España tiene una especial sensibilidad y responsabilidad. Somos conscientes de los desafíos y amenazas a las que nos enfrentamos, pero también de las oportunidades que se presentan. La mejor política de vecindad es aquella que permite que tus vecinos gocen de estabilidad. Su estabilidad es la nuestra.
Debemos profundizar la integración económica de la región mediterránea con la UE, lo que sin duda redundará al mismo tiempo en la creación de un espacio regional de cooperación sur-sur.
Quiero subrayar la importancia de Barcelona como capital española del Mediterráneo. Su papel como tal se ha visto reforzado en la presente legislatura como lo muestra la celebración del I Foro Económico del Mediterráneo Occidental: Diálogo 5+5 (octubre 2013) y de la Conferencia Ministerial sobre la Vecindad Sur el pasado mes de abril.
Me gustaría subrayar dos retos comunes en los que nos esforzamos conjuntamente: la lucha contra el yihadismo, que no conoce ni fronteras ni religiones, y la gestión ordenada de los flujos migratorios para hacer frente a un drama desgarrador que provoca miles de víctimas.
El Mediterráneo es el mar que tiene las dos orillas más desiguales del planeta. La pobreza, el paro y la falta de oportunidades de la orilla sur alientan la violencia, la radicalización y la inestabilidad. La aparición de Daesh y la violencia yihadista constituyen una grave amenaza, no sólo para la vida de seres humanos sino también para nuestros valores y libertades. Por ello, deberíamos dotarnos de una verdadera estrategia política de largo alcance que haga frente al terrorismo desde el punto de vista de la seguridad, la cooperación policial y de los servicios de inteligencia, pero también para promover y defender los derechos y libertades, el respeto y la tolerancia, así como la iniciativa de la “Alianza de Civilizaciones”. Creo que ha llegado la hora de impulsar un renovado enfoque, una nueva agenda para la cooperación en el Mediterráneo, basada en la corresponsabilidad de todas las partes. Se trataría de dar a las relaciones euro-mediterráneas una nueva dimensión, multilateral, basada en una amplia cooperación y solidaridad, en la que ambas orillas participen en pie de igualdad, con el fin de concretar una iniciativa global mediterránea que recupere y dé nuevo vigor al espíritu del Proceso de Barcelona.
La política exterior de cara a Oriente Medio debe basarse en el respeto y la promoción de los derechos humanos, la equidad de género y la pluralidad religiosa y étnica, la rendición de cuentas y la toma de partido en aquellas situaciones en las que estos derechos sean vulnerados y el apoyo a los procesos democráticos y de empoderamiento ciudadano que parten de sus propias sociedades.
La deriva actual de las protestas en Oriente Medio y Norte de África es consecuencia, entre otros factores de largo recorrido, del frágil y contradictorio posicionamiento de Europa, que en vez de prestar su apoyo a las demandas de reformas democráticas surgidas en 2011 permitió que las fuerzas contrarrevolucionarias y represivas se impusiesen en la región.
El extremismo que se extiende por la región, que amenaza a la ciudadanía de estos países y se extiende más allá de ellos, es consecuencia de haber permitido que la impunidad se haya impuesto a través de la represión de gobiernos como el de Asad en Siria, que han sido un acicate para las propuestas más fundamentalistas y de corte totalitario, como las del autodenominado Estado Islámico.
Hemos de construir una respuesta unificada y decidida a nivel europeo en pos de la estabilización primero y de la consolidación de los procesos políticos más esperanzadores, como el tunecino. La política comercial y de cooperación no basta. Hemos de fortalecer los mecanismos político-institucionales: en algunos casos a través de la sociedad civil, en otros en cooperación estrecha con los nuevos gobiernos. Lo que no debe olvidar España es que la frontera sur europea es una prioridad para toda Europa. Nos jugamos mucho y la UE debe dejar atrás su ensimismamiento y actuar. No podemos convertir al Mediterráneo en una brecha insalvable para los derechos humanos o en una falla geopolítica en nuestra seguridad. Europa no puede convertirse en una isla de derechos para los migrantes económicos ni en una fortaleza inexpugnable para los refugiados. Para ello es esencial una política exterior y de migración comunes y una estrategia política estable que utilice todos nuestros instrumentos (comercial, diálogo político, inversión, movilidad y cultura). Hemos de convertirnos en un actor fiable que proyecte solidaridad, seguridad y estabilidad en su vecindad porque de ello depende que seamos relevantes a nivel global.