Sin entrar en debates nominalistas que suscitan división, lo que es evidente es que la dinámica de la integración europea lleva de forma natural a compartir soberanía. La integración económica precisa de integración política para dotar a nuestras instituciones comunes de legitimidad democrática. Además, la misma dinámica internacional exige respuestas comunes a problemas globales que no pueden ser resueltos por cada país por separado: prácticamente no hay cuestión de calado a la que nos enfrentemos –como la crisis migratoria y de refugiados, la crisis económica, los desafíos a nuestra seguridad en el este y en sur de Europa, etc.– a la que no podamos dar una respuesta más eficaz si no es desde una perspectiva unitaria europea.
El conjunto de la socialdemocracia siempre ha apoyado la construcción europea, entendida no solamente como la consecución de un gran mercado sino como un proyecto político basado en la solidaridad, el interés mutuo y la soberanía compartida entre países. De ahí que los socialistas europeos, y por supuesto el PSOE, sigamos aspirando a que la UE se convierta en un espacio supranacional de corte federal. Al mismo tiempo, los Estados miembros queremos retener una parte de los instrumentos necesarios para desarrollar políticas nacionales propias. Por todo ello, una Europa federal es la opción que mejor encaja ambos deseos.
En la medida en que se haga desde los valores de los que acabamos de hablar, sí. Lo más curioso de todo el proceso de debate del capítulo “Europa” de nuestro programa electoral fue desmentir el mito de que los miembros y simpatizantes de Podemos son contrarios al proyecto europeo. Todo lo contrario. En Podemos somos partidarios de seguir reforzando la unión política de los 28 con una nueva reforma constituyente, siempre que se haga desde parámetros democráticos, con el foco puesto en los ciudadanos y sobre la base de la Europa social y de los valores. Reivindicamos así un proyecto transformador ambicioso, solidario, inclusivo y profundamente europeísta.
Nos reconocemos plenamente en aquellas palabras de Victor Hugo: “¡Un día vendrá en el que las armas se os caigan de los brazos, a vosotros también! Un día vendrá en el que la guerra parecerá también absurda y será también imposible entre París y Londres, entre San Petersburgo y Berlín, entre Viena y Turín (...) y todas vosotras, naciones del continente, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea”. Donde no nos reconocemos es en la Europa de la austeridad, que ve crecer de la mano la desigualdad, la pobreza, la xenofobia y el racismo. Esa Europa no nos vale, y queremos transformarla.
Sí. Europa es el mejor horizonte político para salvaguardar y defender nuestras libertades, derechos, bienestar y seguridad. Pero el avance no será lineal ni progresivo. Deberemos optar por cesiones coyunturales en pos de beneficios futuros y actuar de manera estratégica en favor de los intereses de nuestra ciudadanía. No debemos dar por consolidadas ni la democracia ni las libertades en Europa. Debemos pensar fuera de lo establecido e innovar políticamente. Por ejemplo, no sería descabellado pensar en mecanismos de acción inmediata, para que la Comisión Europea no se viera vetada o condicionada por el Consejo, en determinadas circunstancias como crisis humanitarias y amenazas a nuestra seguridad.